martes, 19 de octubre de 2010

El límite somos Nosotros


El presidente de la República Francesa, Nicolás Sarkozy, ha encendido la mecha de una bomba que estaba lista para explotar desde hace tiempo. Su gobierno ha presentado un proyecto de ley, que se debate actualmente en el Senado, que pretende retrasar la edad de jubilación de 60 a 62 años, y la edad a la que debe jubilarse un trabajador que no haya cotizado el tiempo necesario para cobrar la pensión entera, de 65 a 67 años. Esto hizo que el 12 de octubre comenzara una huelga renovable cada 24 horas encabezada por sectores como el de transportes o la refinería, y a la que se han incorporado los estudiantes, incluso de secundaria. El espectro de Mayo del 68 se cierne sobre las autoridades francesas, que tratan de evitar a toda costa hablar de huelga general y juegan a paliar las causas que podrían hacer estallar el polvorín en Francia, especialmente por voz del Primer Ministro, François Fillon, quien declaró que en ningún caso se va a producir un desabastecimiento de combustible. Sin embargo, Sarkozy parece no atender a las protestas y tiene la intención de imponer su autoridad manteniéndose firme en su decisión de sacar adelante la propuesta porque la considera “de justicia social”. Pese a que la moción sufrió alguna pequeña modificación el 8 de octubre, ya no está dispuesto a hacer “ninguna concesión más”, en palabras del mandatario galo.

Esta medida forma parte del modelo neoliberal que están siguiendo en los últimos tiempos los grandes países para salir de la crisis. Como se ha dicho en clase, “si no produces no vives”; y claramente una persona que trabaja hasta los 62 (o hasta los 67 como se pretende en España) produce más que otra que finaliza su actividad laboral a los 60 años. Un caso más flagrante es el de un trabajador minero, que en determinados casos la legislación les reconoce el derecho a recibir pensión de jubilación a partir de los 45 años. Aplazar la edad de jubilación o disminuir el gasto público, como hemos visto que ha ocurrido con la reducción de fondos para la educación en Gran Bretaña, son parte de la solución superficial que se le está dando a la crisis que amenaza desde 2008 al sistema capitalista. El Estado necesita recuperar el dinero perdido para subsanar el déficit, y si para ello un minero tiene que jubilarse a los 60, aun a costa de los más que posibles perjuicios para su salud, no se tiene ningún miramiento. La consigna es comprar e inducir a hacerlo: si el dinero no se detiene los cabos están atados.

Sin embargo, la gente no quiere pasar por el aro. Socializar los gastos y privatizar los beneficios no es un plato que quiera pagarse fácilmente, de ahí que la mecha que ha encendido Sarkozy haya hecho salir a la calle hasta a los jóvenes para expresar, simplemente, que no estamos dispuestos a seguir asintiendo. Cuanto más se neoliberalizan los gobiernos, más se deshumaniza a las personas que lo votaron. Y otra vez la misma rueda vuelve a girar. Nadie quiere sentirse vilipendiado sabiendo que está pagando con su esfuerzo el error que otros, con más poder que él, cometieron. Ya no vale argumentar falta de crédito en las arcas públicas para prolongar la edad de jubilación, porque no es la solución. El recurrido dogma de “los ricos cada vez más ricos, y los pobres cada vez más pobres” cala con más profundidad en la conciencia popular cuando empresas como Monsanto o Moody’s, multinacionales con un peso político preocupante, se lucran cada día hasta convertirse en los titanes económicos del mundo actual. Se amparan en las leyes que los protegen favoreciendo la desregularización, aumentan su cotización en bolsa, llevan actividades que en muchos casos son tremendamente perjudiciales para la salud humana; y sin embargo, son el Senado y el Congreso, la Policía y el Ejército del mundo en el que vivimos.

Tenemos rostro, tenemos cara, tenemos ojos, tenemos manos, tenemos mujer, tenemos hijos, somos los braceros de este sistema esclavista. No nos pueden ver desde esos edificios: BBVA, Banco Santander, Caixa, Caja Madrid… Sí, ministerios, sois cómplices, y vais a ver a vuestras victimas queráis o no queráis”.

“S.O.S. Regresé”, Nega. Del disco Geometría y Angustia (2008).

domingo, 17 de octubre de 2010

Reseña de "En busca del fuego"

En busca del fuego (Jean-Jacques Annaudme, 1981) ha sugerido varias cosas. Podría empezar hablando del poder que concede poseer el fuego en un momento tan primitivo como el que recrea la película, pero más allá de lo obvio me han llamado la atención especialmente dos cosas. La primera de ellas ha sido el momento en el que el sexo se humaniza, cuando la chica gira lentamente y se pone de cara a su pareja. Recuerdo que en clase se dijo que el hombre era la única especie que puede practicar sexo mirando a los ojos de la otra persona, pero no es verdad. Al menos que yo conozca hay un primate cercano al hombre en la evolución, llamado Bonobo (Pan panicus) que, aparte de tener más de 200 contactos sexuales diarios es capaz de tener sexo con sus parejas mientras se miran de frente. Dejando a un lado esta puntualización, el momento del que hablo me ha parecido maravilloso. Ha sido como ver la metamorfosis del gusano en mariposa, o el paso de la primavera frente a un invierno marchito. El acto salvaje e instintivo de aparearse pasa a ser una manifestación sentimental de amor hacia la otra persona. El profesor Juan Carlos Monedero nos dijo hace un par de años que el hombre se diferenciaba de los animales especialmente por dos aspectos: el hombre había hecho del sexo, erotismo; y de la muerte, trascendencia. Quizás por ese apunte tan valioso del profesor Monedero he reparado especialmente en este detalle de la película.

El otro aspecto que me ha entusiasmado ha sido la risa. Esto sí que es algo que yo tenía entendido que sólo podía hacer el hombre: reírse. Me ha llamado la atención porque en un primer momento sólo lo hacía la chica, quien por cierto, también demostró tener un lenguaje más avanzado que sus compañeros de viaje (además de conocer remedios naturistas para los mordiscos en sálvese la parte). Posteriormente el resto adquirieron la risa y el sentido del humor. Ver cómo se reían esas cuatro criaturas por la broma de la piedra me ha parecido absolutamente maravilloso.

En estos primeros dos párrafos coinciden dos dimensiones del hombre que sólo pudo adquirir mediante algo que queda perfectamente reflejado en la cinta: la evolución por el intercambio. Para mi es otra de las claves sin duda de lo que ha sido y es el crecimiento del ser humano. El contagio de conocimientos, la mezcla de culturas, el apoyo mutuo y, al fin, la solidaridad con el semejante. Obviamente no me refiero a las luchas salvajes entre tribus, sino al choque que se produce entre los tres homínidos que buscaban el fuego y el pueblo que pintaba su cuerpo. Desde el principio se veía que estaban en escalones evolutivos distintos por varios rasgos que se apreciaban en una tribu y no en otra: el lenguaje mucho más perfeccionado de la chica, su risa, el hecho de que parecen ser sedentarios gracias a sus cabañas (genialmente ideada la situación estratégica del poblado, junto a una trampa natural de arenas movedizas frente a posibles ataques externos), iban desnudos (en principio me imagino por el hecho de tener cabañas donde resguardarse del clima adverso) y tenían menos pelo en el cuerpo. Como si se trataran de Rómulo y Remo mamando de Luperca, los tres protagonistas fueron adquiriendo aquellas cosas que podían incorporar a su zurrón de conocimientos, llegando incluso a pintarse como ellos; y, al fin, aprendiendo a encender fuego.En definitiva, una película que ahonda en los orígenes de lo Humano, reflejando sus demonios pero sobre todo sus ángeles de una forma tierna y realista.

lunes, 11 de octubre de 2010

La Rueda que gira

Hace algunas décadas Churchill atribuía a los Balcanes la capacidad de generar más historia de la que podían consumir. El mundo actual, como si se tratara de una versión universalizada de aquellos Balcanes, no sólo produce una historia que no puede asimilar, sino que pronto se le irá de las manos. Cada pieza es un engranaje dentro de un rompecabezas cuyo único objetivo es el dinero: recoger, producir, vender y, pagar; a ser posible, poco. Mientras la libertad se reduce a elegir en qué centro comercial comprar, los hombres ceden su existencia a un sueldo que los secuestra para siempre. El tiempo libre no es tal, sino que es la falsa concesión de una vida alineada y carente de sentido para millones de personas. Cada vez es más difícil encontrar un lado positivo porque dejamos de ser personas en nuestra individualidad para convertirnos en herramientas dentro de un sistema productivo que nos niega y que nosotros mismos alimentamos. Trabajamos ocho horas y cuando llegamos a casa pasamos otras ocho recibiendo estímulos publicitarios delante del televisor que nos generan necesidades inexistentes diciéndonos que nuestra existencia, simplemente, está mal. El círculo de la sociedad del escaparte termina de cerrarse cuando durante las ochos horas restantes cubrimos esas necesidades viciadas en origen yendo a comprar. Y así transcurre la vida.

¿Por qué habrían de estar relacionados cuatro conceptos en principio tan dispares como minería, déficit, jóvenes en el poder y autoritarismo? Sencillamente porque han sido extraídos de noticias de actualidad que reflejan la realidad que soportamos, y esa realidad no es otra cosa que una rueda megalítica que no cesa de girar y donde todo está relacionado. El desarrollo de la minoría se produce gracias al sufrimiento, calamidad y muerte de un terrible número de personas; el FMI, el Banco Mundial y la OMC engullen a los países en desarrollo gracias a la “deuda externa” (uno de los mayores fraudes de la historia cuyas consecuencias son imperdonables debido a la cantidad de vidas que ya lleva cobradas) y nosotros asentimos. Nadie es capaz de acordarse de que mientras el pago de la deuda externa y sus intereses asfixia al Tercer Mundo, la deuda ecológica del Norte con el Sur se incrementa por culpa de la salvaje explotación a la que estamos sometiendo a la naturaleza. Eduardo Galeano habla muchas veces de un graffiti pintado en las calles de Buenos Aires que decía “Nos mean y los periódicos dicen que llueve”; y sí, nosotros volvemos a asentir. Entonces cabe preguntarse, ¿quién debe a quién? ¿De quién es el déficit realmente?

El mayor autoritarismo que vivimos hoy en día es el que no se ve. La sutileza con la que maneja los hilos es lo que lo hace tan perjudicial, como diría Ernesto Sabato: “El mal es peligroso porque se presenta como bien”. El poder ya no necesita perder tiempo imponiéndose por medio de la violencia porque ha encontrado algo infinitamente mejor: hacerse invisible. De esa forma no se puede luchar contra él, porque a ojos de la mayoría no existe como algo explícito, sino que se asume y se reproduce a través de nosotros. Y para evitar que alguno de nosotros produzcamos un cortocircuito en esa gran red, ocho horas se trabajan, otras ocho se pasan viendo televisión y las que quedan se pasan comprando. No hay que preocuparse por descansar, porque nunca dejamos de dormir. Esa persuasión subliminal es la espada de la rueda que no deja de girar, y en palabras de Ignacio Ramonet, el “Pensamiento único” es su cruz.

Contra todo ello siempre queda la voluntad personal y colectiva, el querer salir del rebaño para detenerse a pensar por un momento qué y cómo estamos viviendo. La juventud constituye un gran peso dentro de esa voluntad de cambio, como si tuviéramos que despertar de un coma al que han inducido a todas nuestras conciencias. Sin embargo, ese importante paso que es saber parar para interrogar a la realidad que uno vive, no debe ser monopolio de los jóvenes. Cualquier persona, siendo indiferente su edad, puede querer ajustar cuentas con la corriente que le arrastra en cualquier momento de su vida. El amanecer de la conciencia constituye el primer paso para dejar atrás la etapa en la que el hombre que ejerció como herramienta en un engranaje productivo vuelva a ser humano. Y ése es un virus tremendamente valioso que bien merecería ser contagiado.

La máquina se está calentando. Nosotros somos la avanzadilla, su época está llegando a su fin. Puede rodearse de su puta tecnología, pero hay gente llena de rabia. Niños llenos de rabia que viven en los suburbios y que sólo ven películas americanas de acción. No pueden alienarlos con concursos y consumismo. Y los antidepresivos no harán efecto eternamente. La gente está harta de este sistema de mierda.”

“Los Edukadores” (2005), Hans Weingartner.